Una mañana Bolt, el velociraptor, merodeaba aburrido cerca de la cueva de Stanley. Bolt era conocido en el Valle de la Nube Verde por las bromas de mal gusto que solía gastarles a sus vecinos. Vio a Stanley preparando su comida y se le ocurrió una idea. 

  • Ya verás… – susurró misterioso mientras se escondía bajo la ventana de la cueva de Stanley.

A Stanley ese día le apetecía comer brócoli, siempre comía brócoli, con bechamel y queso gratinado al horno.

  • Se me hace la boca agua solo de pensarlo – dijo alegre imaginando su suculenta comida.

Puso el brócoli en una cazuela a hervir y se acercó a la despensa a por la sal. Bolt, que era muy rápido, entró en la cocina y se llevó la cazuela de Stanley.

  • Pero…¿dónde he dejado la cazuela? – se preguntó el brocolisaurio con el salero en la mano –. Juraría que la había dejado aquí…

Buscó y rebuscó por la cocina pero no la encontró.

  • En fin – pensó –, voy a tener que hacer como Loni y tomar más rabitos de pasas.

Loni, su amigo el pterodáctilo, le había contado que eran muy buenos para la memoria y que él los tomaba para no olvidarse de dónde dejaba las gafas. Cansado de tanto buscar, decidió ir a por otra cazuela.

Bolt, que le había visto buscar partiéndose de la risa, aprovechó el momento y volvió a entrar en la co

cina dejando la cazuela donde estaba. Había cambiado el brócoli que había dentro por un montón de piedras.

  • Ji,ji,ji,ji – rió bajito –, se va a quedar sin dientes.

Cuando Stanley regresó y vio la cazuela en el fuego se llevó una enorme sorpresa.

  • No puede ser, pero si no estaba aquí. Algo raro está pasando…

Agudizó el oído y siguió preparando su comida. Terminó de cocer el brócoli, lo escurrió, lo cubrió de be

chamel y queso y lo metió al horno. Mientras esperaba a que se gratinase terminó de hacer un puzle que le había regalado Lana. 

Bolt estaba tirado en el suelo tronchándose de la risa.

  • Lana no querrá ser su amiga cuando se quede sin dientes – la tripa le dolía de tanto reírse.

La alarma del horno avisó a Stanley de que el brócoli ya estaba listo. Lo sacó con cuidado para no quemarse y le echó pimienta. Mucha, pero mucha, mucha.

  • Lo dejaré en la ventana hasta que se enfríe – dijo en voz alta.

Bolt atrapó un puñado de hormigas y se acercó a la ventana. Las iba a tirar en la comida de Stanley cuando el brócoli, es decir, las piedras que él había puesto, la bechamel con el queso bien calentito y la pimienta le cayeron por la cabeza y le cubrieron los ojos.

  • ¡Ahhhhhhhhh! ¡Quema, quema! – empezó a gritar –. ¡Y pica, pica…! – le escocían los ojos con la pimienta.

Salió corriendo en dirección a la charca de los cocodrilos para tirarse directo al agua.

  • Así aprenderás a no gastar bromas – le reprendió Stanley.

Pero Bolt ya no le oía, sólo podía pensar en limpiarse la cara. De lo que no se acordaba era que Filomeno, el cocodrilo, también había sido víctima de sus bromas.

Stanley sonrió al pensar en lo que haría el cocodrilo al verle y decidió que, por ese día, se había terminado cocinar.

    • Me haré un bocadillo de brócoli – murmuró mientras se seguían oyendo a lo lejos los gritos de Bolt.